Juan 4: 35-38
“¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la
siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque
ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge
fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el
que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y
otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no
labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores”.
Como Iglesia debemos despertar a una realidad que está más allá de lo
evidente. El Señor nos llama a alzar los ojos y a mirar los campos
listos para la ciega. Esta es una realidad que podemos ver muy cerca
nuestro, en nuestros lugares de trabajo o estudio, e incluso en nuestros
propios hogares. Los campos blancos son todos aquellos escogidos por
Dios para ser llamados. Son aquellos que necesitan de Su gracia y
misericordia. Y para nosotros pueden pasar desapercibidos si no nos
disponemos a mirar más allá de nosotros mismos.
El Señor nos llama a despertar en primer lugar, a una realidad
espiritual y sobrenatural, una realidad divina. Sin embargo, la única
forma de que veamos más allá de nuestros sentidos es que haya alguien
dentro nuestro que nos permita verlo. Esto es trabajo del Espíritu Santo
y del Señor Jesucristo que obran en nuestro corazón. Sin su ayuda, es
imposible que podamos despertar a la realidad espiritual. Pero como
nosotros sí tenemos a Cristo y al Espíritu Santo, tenemos la facultad de
ver más allá, y sólo tenemos que ver a cada persona a nuestro alrededor
como un campo y confiar en que el Señor será quien nos indique si es un
campo blanco.
En segundo lugar, el Señor nos manda a despertar para cosechar,
puesto que hay personas que necesitan de Cristo allá afuera, la sociedad
entera necesita ser transformada por Cristo, y es nuestro deber como
sus embajadores llevar su mensaje. Sin embargo, somos perezosos ante
este mandato, y en nuestro egoísmo nos conformamos con tener a Cristo en
nuestras vidas, y vemos este mandato como algo que requiere demasiado
esfuerzo, que nos incomoda o no nos sentimos capacitados para ello. Pero
lo cierto es que la cosecha produce gran satisfacción en nosotros,
deleite. Puesto que el fruto cosechado no es cualquier cosa, son
personas para salvación y vida eterna.
Es por esto que en tercer lugar, el Señor nos llama a despertar para
disfrutar de la cosecha (Juan 4:36-38) y a compartir con Él la alegría
por los frutos. La Iglesia y cada uno de nosotros individualmente
debemos despertar y disfrutar, deleitarnos en la extensión del reino, y
alegrarnos porque éste es un deleite que no termina, puesto que la
cosecha es constante y la satisfacción es continua.
Alcemos nuestros ojos como Iglesia, y veamos a todas esas personas
que necesitan aquello que ha transformado nuestras vidas. Miremos más
allá de nuestra propia comodidad y placer, y compartamos con el Señor la
alegría de cosechar Sus nuevos frutos.
Rvdo Alejandro Lara.
Apuntes: Claudia Guiñez
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